De cristal

Artista: Tyuh 
Me dieron un pequeño vaso de cristal.

El primer día pensé que debía protegerlo con todo mi ser. No lo solté ni un instante. Pero a medida que pasaba el tiempo, comprendía la dureza del vaso. Sus fortalezas. Ya no me asustaba dejarlo sobre la mesa. Y poco a poco fui despreocupándome de él. Sabía que existía, ahí estaba, pero ya no sentía que tuviese que seguir cuidándolo. El vaso estaba bien solo, en la mesa. No dependía de mí. Hasta que un día, llegué a olvidarme de él.

Tiempo después, choqué con la mesa y el movimiento tiró el vaso al suelo. Se rompió en mil pedazos. En esos segundos en los que caía, tuve tiempo de verlo todo pasar. Me acordé de aquél primer día. Y pude ver como todo fue yendo en decadencia, desde el principio, por mi culpa. Desde el momento en el que asumí que ese vaso de cristal estaría bien solo, le condené al destino que apunto estaba de suceder.

Cristales rotos a mis pies. Nada se podía hacer ya. Fui a recogerlos con mis manos y me corté. Me llené de heridas. Heridas de ese vaso de cristal que en algún momento sentí que debía proteger. Mirando la sangre brotar de mis dedos, me preguntaba… ¿Cuántas heridas tendría él antes de caer? Por mi mente pasaban imágenes de todas las veces que pasé por ahí sin percatarme de que el vaso estaba. Asumiendo que era parte del entorno, del decorado. Sólo una cosa más. No podía llegar a comprender su individualidad. No lo pude hacer hasta que se rompió.

Después de aquel momento, empecé a mirar todo a mi alrededor. ¿Cuántas cosas seguían ahí, como siempre, pero completamente olvidadas? ¿Cuántas quise con tanta fuerza para que a día de hoy no fuesen nada? El problema no estaba a mi alrededor, en un lugar completamente decorador. El problema estaba en mí, completamente vacía.

Sólo cuando algo se rompía, entendía su verdadero valor. Y mientras tanto, no tenía mayor importancia. A cada vaso roto he ido aprendiendo un poco más sobre ellos. Sobre sus reflejos. Sobre las historias de viejos vinos que contaban. Sobre los labios que en sus bordes se posaron. Y sobre las manos que les tendieron antes que las mías.

Pero más de uno volvió a caerse. Mi pulso empezó a ser débil. Tenía tanto miedo que no me atrevía a sostener ningún vaso más. Me temblaban las manos. Sudaban de nervios. Y cada vez que tenía que volver a coger uno, sólo quería llorar. Ya era inestable. Ya no sabía cómo volver atrás.

“No volveré a beber agua”, me decía. Pasaba los días encerrada, acudiendo a ellos lo mínimo posible. Muriendo de sed. Por miedo a no romper ninguno más. Ellos parecían valientes, sin miedo a morir, me decían que me acercase siempre. Y quise confiar. Lo hice.

Pero volvió a suceder, como tendría que ser. Como predije. Como temía. Y no fue sólo uno más. Fue un desastre. Fueron varios a la vez. Todos los cristales llenaron la casa de peligro. Heridas en mis manos, en mis pies. Clavados en mis rodillas, cortándome. ¿Había sido yo u eran ellos? El cristal me estaba cortando. Pero, había sido yo.

Tardé una barbaridad en recoger el desastre. No sabía por dónde empezar ni cómo hacerlo. Pero cuando creía que ya estaba todo barrido, encontré uno de aquellos primeros temerarios y supervivientes. Estaba ahí, en su lugar. Estaba bien. Desgastado por el paso del tiempo, pero completo. Y me decía que no debía preocuparme, que le había sabido cuidar. Que estaba bien, que no pasaba nada.

Conseguí vasos nuevos. Trato de volver a empezar. Sigo sin saber cómo volver atrás. No se puede. Pero cada vez voy mejorando. Voy con más cuidado. Encontrando a más viejos supervivientes. Pequeños reflejos de luz que de su parte me ayudaban a continuar.

En algún lugar, acumulo todos los vasos rotos. Separados. Esperando que un día los sepa arreglar. Los oigo decir cosas terribles cuando me ven. Pero en el silencio de la noche, cuando creen que no puedo oírlos, sé que no me odian. Y he empezado a usar pinzas y pegamento para recomponerlos.

El primer intento fue muy bien. Ahí está, de nuevo, brillando. El segundo intento… Volvió a romperse cuando iba por la mitad. Lo siento mucho. Pero intento no martirizarme ya a estas alturas. Simplemente, he de dejarlo un tiempo y volver a empezar. Poco a poco aprenderé. Los reharé…

Qué lástima de mi primer vaso de cristal. Porque no sé dónde estará. No puedo hacer nada por él. Pero he comprendido que no es cuestión de protegerles con todo mi ser. Y tampoco de dejarles estar. Sólo... debe fluir. Cuando necesite beber agua, ahí estarán.

Pero todo empezó cuando me dieron un pequeño vaso de cristal. Y a día de hoy, tengo tantos… Que seguro que, en la lejanía, en silencio, ese pequeño está orgulloso de mi. Ese que me dio mis primeros sorbos. Seguro que sí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario