Girando.

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Parece que todo está girando. Miro hacia arriba y empieza a convertirse todo en una espiral. Sé que es mi cabeza, confundida. Pero parece tan real… Ojalá pudiese compartir estas sensaciones con otras personas. Alguien con quien admirar la inmensidad del universo, el peso de nuestra insignificante existencia. Ojalá pudiese compartir lo pegada al suelo que me siento y lo lejos, en las nubes, estoy. Poner otra mano en mi pecho y saber que siente cómo me late el corazón. Confiar así, de forma ciega, mi vida a otra persona.

Cuando me pierdo dentro de mi cabeza siempre pienso cosas así. Pienso en cielos estrellados, paisajes nevados. Una ensordecedora soledad, deseosa de ser destruida pero incapaz de conseguirlo porque yo, no la sé manipular. No sé hacer nada con ella.

Planean las aves por el cielo nocturno, llegan tarde a sus nidos. Y a primera hora de la mañana, vuelven a salir corriendo, manchando el cielo de puntitos negros. Parece que todo está girando. Alzo mi mano hacia el infinito, esperando ser absorbida por todo ello. Pero cuanto más me estiro, más me doy cuenta de que sigo aquí, lejos. Siempre lejos.

Suspiro. Siempre he estado suspirando. Por lo que no soy capaz de hacer, por lo que no me atrevo a realizar, por lo que ya pasó e hice mal… Siempre estoy suspirando y viendo como todo lo demás fluye, salvo yo. Yo no estoy fluyendo. Voy a trompicones. Como cuando llueve a gotas gordas y parece que en vez de mojarte te van a agujerear.

Me lleno de ilusiones, de esperanzas. Sentimientos que no sé desarrollar, pero hacen que mi corazón lata más fuerte. Quiero guardarlos en mi pecho, alimentarlos para que crezcan y así con ellos, poder crecer yo. Quiero echar a correr sin cansarme y sentir que voy a poder saltar tan fuerte, tan alto, que será casi como si volase. Como si pudiese planear, como las aves por el cielo nocturno. Y mientras tanto… parece que todo siga girando. Mientras me esfuerzo, mientras avanzo. En silencio. En soledad. En busca de un abrazo. Uno que sea eterno.

De cristal

Artista: Tyuh 
Me dieron un pequeño vaso de cristal.

El primer día pensé que debía protegerlo con todo mi ser. No lo solté ni un instante. Pero a medida que pasaba el tiempo, comprendía la dureza del vaso. Sus fortalezas. Ya no me asustaba dejarlo sobre la mesa. Y poco a poco fui despreocupándome de él. Sabía que existía, ahí estaba, pero ya no sentía que tuviese que seguir cuidándolo. El vaso estaba bien solo, en la mesa. No dependía de mí. Hasta que un día, llegué a olvidarme de él.

Tiempo después, choqué con la mesa y el movimiento tiró el vaso al suelo. Se rompió en mil pedazos. En esos segundos en los que caía, tuve tiempo de verlo todo pasar. Me acordé de aquél primer día. Y pude ver como todo fue yendo en decadencia, desde el principio, por mi culpa. Desde el momento en el que asumí que ese vaso de cristal estaría bien solo, le condené al destino que apunto estaba de suceder.

Cristales rotos a mis pies. Nada se podía hacer ya. Fui a recogerlos con mis manos y me corté. Me llené de heridas. Heridas de ese vaso de cristal que en algún momento sentí que debía proteger. Mirando la sangre brotar de mis dedos, me preguntaba… ¿Cuántas heridas tendría él antes de caer? Por mi mente pasaban imágenes de todas las veces que pasé por ahí sin percatarme de que el vaso estaba. Asumiendo que era parte del entorno, del decorado. Sólo una cosa más. No podía llegar a comprender su individualidad. No lo pude hacer hasta que se rompió.

Después de aquel momento, empecé a mirar todo a mi alrededor. ¿Cuántas cosas seguían ahí, como siempre, pero completamente olvidadas? ¿Cuántas quise con tanta fuerza para que a día de hoy no fuesen nada? El problema no estaba a mi alrededor, en un lugar completamente decorador. El problema estaba en mí, completamente vacía.

Sólo cuando algo se rompía, entendía su verdadero valor. Y mientras tanto, no tenía mayor importancia. A cada vaso roto he ido aprendiendo un poco más sobre ellos. Sobre sus reflejos. Sobre las historias de viejos vinos que contaban. Sobre los labios que en sus bordes se posaron. Y sobre las manos que les tendieron antes que las mías.

Pero más de uno volvió a caerse. Mi pulso empezó a ser débil. Tenía tanto miedo que no me atrevía a sostener ningún vaso más. Me temblaban las manos. Sudaban de nervios. Y cada vez que tenía que volver a coger uno, sólo quería llorar. Ya era inestable. Ya no sabía cómo volver atrás.

“No volveré a beber agua”, me decía. Pasaba los días encerrada, acudiendo a ellos lo mínimo posible. Muriendo de sed. Por miedo a no romper ninguno más. Ellos parecían valientes, sin miedo a morir, me decían que me acercase siempre. Y quise confiar. Lo hice.

Pero volvió a suceder, como tendría que ser. Como predije. Como temía. Y no fue sólo uno más. Fue un desastre. Fueron varios a la vez. Todos los cristales llenaron la casa de peligro. Heridas en mis manos, en mis pies. Clavados en mis rodillas, cortándome. ¿Había sido yo u eran ellos? El cristal me estaba cortando. Pero, había sido yo.

Tardé una barbaridad en recoger el desastre. No sabía por dónde empezar ni cómo hacerlo. Pero cuando creía que ya estaba todo barrido, encontré uno de aquellos primeros temerarios y supervivientes. Estaba ahí, en su lugar. Estaba bien. Desgastado por el paso del tiempo, pero completo. Y me decía que no debía preocuparme, que le había sabido cuidar. Que estaba bien, que no pasaba nada.

Conseguí vasos nuevos. Trato de volver a empezar. Sigo sin saber cómo volver atrás. No se puede. Pero cada vez voy mejorando. Voy con más cuidado. Encontrando a más viejos supervivientes. Pequeños reflejos de luz que de su parte me ayudaban a continuar.

En algún lugar, acumulo todos los vasos rotos. Separados. Esperando que un día los sepa arreglar. Los oigo decir cosas terribles cuando me ven. Pero en el silencio de la noche, cuando creen que no puedo oírlos, sé que no me odian. Y he empezado a usar pinzas y pegamento para recomponerlos.

El primer intento fue muy bien. Ahí está, de nuevo, brillando. El segundo intento… Volvió a romperse cuando iba por la mitad. Lo siento mucho. Pero intento no martirizarme ya a estas alturas. Simplemente, he de dejarlo un tiempo y volver a empezar. Poco a poco aprenderé. Los reharé…

Qué lástima de mi primer vaso de cristal. Porque no sé dónde estará. No puedo hacer nada por él. Pero he comprendido que no es cuestión de protegerles con todo mi ser. Y tampoco de dejarles estar. Sólo... debe fluir. Cuando necesite beber agua, ahí estarán.

Pero todo empezó cuando me dieron un pequeño vaso de cristal. Y a día de hoy, tengo tantos… Que seguro que, en la lejanía, en silencio, ese pequeño está orgulloso de mi. Ese que me dio mis primeros sorbos. Seguro que sí.

Un intento.

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Pierdo el tiempo pensando en todo lo que podría hacer. Lo pierdo porque no hago nada con él. Sólo acumulo ideas que no sé desarrollar y al final, siempre tengo frente a mí un lienzo en blanco.

Y me pregunto qué hago mal, qué me está faltando por hacer. No puedo comprender qué es lo que no estoy comprendiendo. No puedo aprender lo que no aprendo. No se puede saber si no te enseñan a aprender y no me han enseñado a comprender nada nunca. No diré que no lo han intentado.

Pero probablemente jamás haya dado fruto. Sólo he aprendido conductas repetitivas, que si te sonríen debes sonreír, que está mal no dar la mano si te la tienden. Pero nunca he comprendido el porqué de esas cosas. Nunca he comprendido porque en mi cabeza hay un universo de ideas que cuando quiero plasmar en un papel, no salen.

Me siento en blanco, como el lienzo. Con un montón de posibilidades detrás, que cargo a mi espalda, pero no sé explotar. Y todo ese peso, todo lo que quiero decir y nunca encuentro cómo, se rompe dentro de mí. Se convierte en silencios, se convierte en gritos. En golpes contra la pared, contra el suelo. En miradas perdidas, en una sensación de soledad constante, eterna.

Te envuelve toda esa angustia y aunque estés en el mejor de tus momentos, no puedes evitar distanciarte. Porque ves a los demás llenos de colores, de palabras, de ideas. Con algo definido, siendo alguien. Y mientras tanto tú, es decir yo, sólo soy un intento. Un intento constante. Sin terminar. Un proyecto a medias. Un trazo, un dibujo sin delinear. Soy el cuaderno de colorear que nadie ha utilizado. Soy ese lápiz blanco que ve morir a sus compañeros en el estuche y se pregunta por qué el sigue sin escribir nada. Como las libretas a medio usar destinadas al olvido. Sabiendo los grandes libros que hay ahí fuera, sabiendo todo lo que me queda por escribir, todo lo que podría hacer, pero no lo hago

¿Cómo se hace? ¿Cómo lo hace la gente para continuar? ¿Cómo se definen a sí mismos? No entiendo las interacciones sociales, no entiendo cuando es el momento de decir algo o cuando no lo es. No entiendo por qué el ser directo, el ser sincero, es tan ofensivo. No entiendo la necesidad imperiosa que tiene la gente por mentir. Por ocultarse, por ponerse una máscara. ¿A caso la vida es un antiguo baile de salón? ¿A caso soy la única que ve el presente como lo que es? ¿O al contrario soy la única que no puede ver nada? Y por eso no me puedo expresar…

A veces estoy llorando, delante de todos vosotros. Pero no lo veis, porque no puedo llorar. Lloro sin lágrimas. Lloro por dentro. Callada. Sin saber que ocurre a mi alrededor, sumergida en mi cabeza. Desconecto, no lo controlo y por dentro, grito, me ahogo. Quiero salir de ahí pero no puedo, no sé cómo. Necesito un estímulo externo y a veces el mismo me asusta y me hace querer evadirme de nuevo. Me hace necesitar estar sola a pesar de haberme distanciado porque necesitaba no estarlo. Es más complicado de lo que podría llegar a explicar.

Como siempre, todo lo que hago sólo es un intento. Incluso esto. Siento que jamás he terminado nada. Sé que todo se puede mejorar. Sé que nadie se conforma y buscan avanzar, pero yo lo dejo estar, porque pienso que no puedo dar lo suficiente. Asumo mis límites. Dicen que es lo peor que puedo hacer, pero cuando me presiono más de lo que mi corazón me permite, acabo hundiéndome tanto que no quiero volver a hacer jamás lo que fuese que estaba haciendo.
Y mientras tanto me lleno de dudas y sigo analizando todo aquello que no comprendo. Me pregunto por qué cuando la gente empieza a hablar se ponen en corrillo y de alguna forma siempre acabo fuera del círculo. Me pregunto por qué sus expresiones corporales no se corresponden a sus actos o a aquello que están diciendo. Me pregunto por qué siguen acercándose a aquellos a quienes no les caen bien, a aquellos a quienes les desean el mal. Sigo pensando en los demás y comparándolos con mí.

Siempre estoy la última en todo. Si la vida fuese una fila, yo estaría por el final. Donde nadie me ve, donde nadie me recuerda. Pero desde ahí lo estoy viendo todo. Intento seguiros, pero el ritmo es demasiado para mí. Siempre tropiezo y me caigo y al final, voy dos pasos más detrás. Así cada día. Hasta que llega un punto en el que la distancia que nos separa se mide en años. Quiero coger este lienzo y gritar ayuda con él. Lanzarlo hacia delante, lo más posible y esperar que alguien lo vea. Que alguien retroceda y venga a por mí. Pero después me pregunto que para qué. Si total, sólo estaría robándole tiempo a personas que puede que sí estén haciendo algo importante. Porque volvería a caerme. Volvería a quedarme detrás. Y este lienzo lleno de posibilidades, ya no lo tendría.

Sólo me queda seguir escarbando dentro de mí. Seguir intentándolo todo. Intentar comprender, mejorar, crecer, aprender. Intentar hacer algo de mí, algo conmigo. Intentar expresarme, para así intentar que todo sea más fácil de comprender para los demás. Porque de algo soy consciente. Mi problema no es sólo de dentro hacia fuera. También es de fuera hacia dentro. Alguien que no está comprendiendo nada, es fácil que sea alguien completamente incomprendido. Es como si hablase en otro idioma, aunque cualquier persona pueda entender lo que digo. Como si mis palabras estuviesen en un plano diferente al que no pueden acceder. Y las suyas estén ahí, en la realidad. Un lugar al que no pertenezco. Porque puede que, igual que aquello que es posible, yo no sea real. Como esa frase que siempre dije. “Lo imposible también es real porque la realidad es posible”. Aunque eso es tan confuso que perdería el sentido, incluso para mí.

Pero aquí estoy, perdiendo el tiempo. Pensando en todo lo que podría hacer y no hago. Acumulando ideas, conceptos, preguntas. Haciendo nada, como siempre. Mirando el lienzo en blanco, llenándolo de escoria que no lleva a ninguna parte. Para nada más que dejar salir algo que no puedo controlar. Para nada más que intentar quitarme un peso de encima. De nuevo malgastando el tiempo, malgastando el papel.

Siempre vuelco el corazón en las cosas equivocadas. O eso me dicen. Yo siempre hago lo que creo correcto. Dentro de lo que me puedo permitir, de lo que puedo soportar, siempre hago lo que considero mejor. Pero siempre dicen que es lo equivocado. Yo no puedo verlo así. Lo he intentado cientos, miles de veces. Pero no soy capaz. Si mi corazón me dice que haga algo, ¿cómo podría estar equivocado? No me puedo creer que el mundo funcione así. No puedo dejar de pensar que quienes se equivocan son los demás. Aunque siempre me digan que no, que soy yo. Intento asumirlo y vivir con ello, pero duele demasiado. ¿Este es el mundo en el que queréis vivir? ¿Esto es lo que queréis ser? ¿Lo que queréis dejar? Ocultando lo que sentís, sin demostrar amor a quienes queréis, escapando del afecto si no es exactamente aquél que habíais soñado, llenos de ira, rencor, rabia. Empujados por la competencia, motivados por aquello a lo que creo, llamáis enemistad. No le veo ningún sentido.

En mi cabeza, siempre sueño con la utopía. Tan lejos de mí, que sigo dentro de mi burbuja… Pero sueño con ella, para así poder salir de esta pompa de cristal que me aísla. Poder salir y no toparme con todo lo que me aterra. Yo sigo intentándolo, pero desde el principio siento que no puedo más. Siento que me muero, que voy a explotar. No puedo entender, no entiendo nada. ¿Cómo esa persona a la que tanto quiero, que tanto me quiso, dice que ya no hay nada? ¿Cómo puede verme por la calle y no querer venir corriendo a abrazarme? Yo quiero. Pero me han dicho que está mal. Me veo influenciada por cosas que no comprendo. Os dais la razón entre vosotros, pero, de verdad me pregunto, ¿la tenéis? ¿Habéis mirado muy dentro, al fondo de vuestros corazones?

Pienso que a nadie le gusta ver a un ser querido y fingir que no pasa nada. Cruzarse con ellos por la calle y agachar la mirada. ¿Por qué estamos haciendo eso? Yo lo hago porque me han obligado a actuar así a la fuerza. Pero no lo haría. Yo no es lo que quiero hacer. Prefiero ponerme a llorar ahí en medio de todo que seguir guardando todo lo que no se me permite expresar. Tengo suficiente con todo lo que no soy capaz de expresar por mí misma como para que lo poco que tengo claro, esté todo prohibido, esté todo mal. Pero si expreso una emoción inesperada en un lugar inesperado, o según algunos inadecuado, eso es hacer el ridículo.

Llorar es hacer el ridículo. Mirar con cara de enamorado es hacer el ridículo. Reírse muy fuerte es hacer el ridículo. Todo lo que no sea ser un témpano parece ser que significa estar haciendo el ridículo y nos agudizan mucho dicho sentido, haciéndonos creer que nadie nos querrá si hacemos el ridículo demasiado. ¿Pero dónde está el punto? Yo no lo consigo ver. Porque la gente se ríe de cosas que no me hacen gracia o llora en momentos que no comprendo. Y en otros que me parecerían super evidentes, se lo guardan. ¿Qué tiene de bueno? Yo no sé hacer eso. No puedo. No quiero.

Entonces siempre soy un témpano. Mi cara es inmóvil y siempre me preguntan que por qué estoy enfadada. Que si estoy bien. Claro, ¿qué voy a decir? Estoy bien, por supuesto. Todo lo bien que se puede estar frente a una sociedad que no te permite demostrar lo que sientes cuando lo sientes porque eso está mal. Todo lo bien que se puede estar sabiendo que sólo en pequeños grupos con los que tengas confianza, podrás decir algo que sea escuchado, sólo en pocas ocasiones con pocas personas podrás reírte. Estoy todo lo bien que se puede estar intentando hacer todo lo mejor posible según mi criterio en un mundo donde mi criterio no vale nada porque se sale de la norma. Y lo sigo intentando.

Me pregunto cómo rellenar el cuadro que me define, el libro de mi vida. Y me pregunto qué hago mal, qué me está faltando por hacer. Sólo acumulo ideas que no sé desarrollar y al final, siempre tengo frente a mí un lienzo en blanco. Un intento.

En el horizonte.

[Art: Iy Tujiki]

Recuerdo muy lejano el amanecer. Contigo a mi lado y el horizonte, que parecía estar con nosotros. Horas y horas en la noche gastadas hablando de sueños. Horas invertidas en crear ideas, en mejorar. Pero ahora todo se ve tan lejano...

Las promesas de amor que se perdieron, los sueños que se olvidaron. Todo se ha quedado perdido en el espacio. Perdido a través del tiempo. Y sólo siguen en mi cabeza, muy dentro, en mi pecho.

Tengo tantas historias por contar, que las palabras nunca terminan de salir. Atropelladas entre ellas, mueren en la punta de mis dedos, en los huecos de mi boca. Y sólo puedo pensarlas, sólo puedo recordar.

Ver el cielo, siempre a tu lado. Y las pequeñas flores a nuestros pies. Recuerdo aquél barranco, dónde veíamos las lunas bailando. Dónde tu también me enseñaste a bailar. Sonaba la música del viento, la música que creabas con la fuerza de tus manos, con el fuego de tu alma. En esa flauta, el vapor no sonaba como suenan las teteras. En esa flauta, sonaba la vida. Sonaba la magia.

Son cosas que cuando las estás viviendo, suspiras tanto que ese suspiro se queda contigo para siempre. Ese suspiro que pide que ojalá ese instante fuese eterno. Ese suspiro que te recuerda a cada vez que no lo fue, que se acabó. Pero hay historias que no son justas. Hay verdades que creíamos conocer y fueron diferentes. Quedan cosas por decir, como las palabras que se quedan perdidas en mis dedos.

Durante mucho tiempo, he estado evitando mirar el cielo. He intentado olvidar todo aquello, pensando que si fingía que nada había sido real, jamás habría ocurrido. Pensando que podría olvidarme y dejar esa parte de mí. Pero cuando, de verdad, me planteé dejarlo todo de lado, algo dentro de mi cayó a mucha velocidad. Me atravesó por dentro y sentía que me iba a morir.

Empiezo a pensar que no debería dejar de mirar el cielo. Que llevo demasiado intentando olvidar. Y son historias maravillosas que merecen ser recordadas. No debería luchar contra esas memorias.

Ojalá pueda volver a ver esos amaneceres que me vuelcan el pecho, ojalá pueda volver a verte sonreír. Ojalá pueda encontrarte algún día, y ese día, poder decir que lo sabía, que estarías ahí, donde fuese. Y hablar contigo del infinito, del universo, de otros mundos, de las estrellas, de lo desconocido, de la fe, de los demás, de sus almas, de cualquier otro lugar. Verlo todo frente a nosotros, como si fuese una historia independiente.

Pero mientras tanto, retomaré mi búsqueda. Intentaré recordar primero cómo se hacía eso de sumergirse en las emociones. Cómo se convertían en palabras. Y cuando lo tenga, cuando lo sepa, volveré a escribirte, como siempre te he estado escribiendo. Y te seguiré buscando como siempre te he buscado. Miraré hacia el horizonte, que siempre parece estar conmigo. Como cuando estabas a mi lado.