El espacio cabe en una gota de agua

Después de que el silencio se hiciera, después del terror, vagué por el espacio durante mucho, mucho tiempo. Pude ver las estrellas, como burbujas brotando de una fuente natural, siempre en la lejanía.

Después de que el silencio se hiciera, el silencio se vino conmigo. Durante siglos, flotando en mitad de la nada, compartimos pensamientos. Cuando puedes pensar mucho, sueles acabar sintiéndote triste. Y cuando piensas demasiado, quizá le llamen a eso depresión.

En algún momento tuve todo el universo entre mis manos. En todos los momentos de todas mis vidas vuelvo a tenerlo. En todos los universos me estoy meciendo. No hay un dueño del espacio. No hay quien aguante al otro. Sólo coexistimos, a la vez.

Durante aquella travesía, mis lágrimas se tornaron pequeñas piedras de agua, pequeño trocitos de hielo. Y mi respiración disminuyó hasta volverse el propio silencio. Aquél silencio que se hizo. Aquél que vino conmigo.

Estaba sola. No había nada, ni nadie. Más que mi propia imaginación, y la capacidad de poner nombre a aquello que me preocupase, que me aterrase.
Y en soledad seguí durante muchos atardeceres de diferentes lugares, cientos de amaneceres dobles de otros tantos, docenas de eclipses y mientras a su vez, unas estrellas morían, nacían otras. Como burbujas. Y yo fluía, como el agua de una fuente natural.

Siempre que despertaba de esa pesadilla, seguía estando sola. Siempre que despierto, sigo estando sola. Cuando despierte, seguiré estando sola. En silencio. En el espacio. Como en una burbuja.

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