Querer y no.


Quieres irte pero no quieres salir. Quieres esconderte dentro de ti mismo. En el horizonte, en el vacío de las montañas, dónde cuando llueve nadie mira. Dónde la música suena solitaria. Siempre. 

Quieres evadirte pero no puedes moverte, no sabes como huir. Miras a través de una ventana que no lleva a ninguna parte. Oyes gritos, golpes. Hay alguien que te insulta.

Enciendes la luz porque te falta el sol. Pero alguien viene y la apaga. Y mete la mano en tus heridas, creyéndose mejor, y se marcha.

Quieres estar sólo, lejos. Muy lejos. Dentro de tu cama. Sentir el calor de las mantas y el frío de la brisa. Quieres ver las gotas resbalando alrededor de esa cúpula que te protege y te aisla del mundo. Pero en realidad la lluvia cae sobre ti. Aunque nunca estés fuera, ya no sabes si lo que moja tu cara son las gotas o tus propias lágrimas. Porque en realidad nada la moja.

Te pesa respirar, te cuesta sonreír, no quieres hacer nada. Absolutamente nada. Ni siquiera lo que te gusta hacer.
Esperas que todos se vayan y que una mano gigante quite el techo de tu cuarto, para así por las noches, poder ver el cielo estrellado. Pero para ti, sólo hay nubes.

En tu cabeza estás allí, sentado, en una colina de flores, bajo una leve lluvia. Observando la montaña en armonía, en silencio. Sin nadie más. Pero en realidad, estás postrado en tu cama, escribiendo cosas como esta, porque no quieres despertar de tu trance y de nuevo oír los gritos. Los insultos. Tratas de ignorarlo. Pero en realidad no puedes. Quieres llorar porque sientes que nadie te comprende. Sabes que no es así, pero así lo sientes. Y mientras tu alrededor siga tan nublado, así lo seguirás sintiendo...

Los niños lloran. Y tu quieres irte.
Pero no quieres salir.

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